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Bordas, J., Cien años de Perdón

Bordas, J., Cien años de Perdón Bordas, Jesús, Cien años de Perdón Barcelona, 2004, (inédita)

Capítulo 28

Día 4. Domingo

Por un momento casi lo he hecho. He abierto los ojos y allí delante estaba, junto a la puerta, el fusil de pescar. Tan sólo tenía que armarlo, salir al jardín, apoyarme en la valla y atravesar la cabeza de mi vecino con el arpón. Hubiera caído fulminado y ya en el suelo, su corazón y el motor de gasolina de la cortadora de césped se pararían del todo. Se ha salvado porque he mirado el reloj. Son las doce del mediodía y es una convención mayoritariamente aceptada que a esta hora hasta mi particular Ned Flanders puede cortar el césped. Ya saben:
España se constituye en un estado social y democrático de derecho...
Todos los españoles son iguales ante la ley...
Y toda esa mierda. Mira por dónde se ha salvado el cabrón. Lo peor de todo es que tiene apenas cuarenta metros cuadrados de jardín y cuando llego hasta su puerta para pedirle amablemente que lo deje para otro rato u otra vida ya ha acabado. Y lo peor de lo peor es que la venganza perfecta sería poner a todo trapo a Metallica en el B&O y no puedo hacerlo porque tengo la cabeza como un bombo. Me he pasado media noche sin dormir repartido entre los viajes de ida y vuelta al cuarto de baño y las conexiones a los programas de madrugada tipo Teletienda y reposiciones de Reallity shows aderezados con White Label con naranja. Y es que sin güisqui a ver quien el guapo que aguanta que le intenten vender una cama auto-hinchable o el testimonio de una joven que se siente marginada "sólo" por pesar ciento-cuarenta-y-dos kilos. Me fui a dormir a las cinco convencido que más que Alcalde, lo que me gustaría ser es el nuevo Berlusconi.
Tras el ataque psicótico ha llamado Bárbara. Me ha descrito una situación idílica de vacaciones con todo el tiempo del mundo para dedicar a los niños. La verdad es que me ha sonado bastante a la satisfacción de redimirse del complejo de mala madre. Y no ha sonado para nada a la satisfacción de redimirse del complejo de mala esposa.
Las decisiones para ahora mismo son:
Tomar un café, una ducha, comprar el periódico y leerlo hasta la hora de comer.
Luego ya veremos.
La prensa viene repleta de artículos políticos y como se supone que nuestra candidatura es de izquierdas compro El País. Además hoy trae un suplemento con los proyectos de diferentes arquitectos que optaron fallidamente a reconstruir la zona cero. Un verdadero catálogo de perdedores. Los arquitectos me ponen a cinco mil. El que proyectó mi casa, sin ir más lejos. Decía que para qué quería yo una bodega de diez metros cuadrados con paredes de hormigón si con una de dos por dos de ladrillo tendría suficiente. Lo que oyen. Como si la tuviera que pagar él. Como si el nimio gesto de trasladar una línea en los planos desbaratara su concepción de casa racionalista. En fin, mejor bajo a mi búnker-bodega y saco un reserva para la comida. Mi bodega es el sitio donde me gustaría descansar si fuera una botella de vino.
Una bombilla de quince vatios que sólo se enciende cuando el sensor detecta una presencia.
No ruidos. No olores. Humedad constante. En ocho años dos grados centígrados de variación térmica
Sólo tengo una cincuentena de botellas, pero bien escogidas
También tengo un par de “joyas”adquiridas en subasta: un Mouton-Rothschild y un Château d'Yquem de 1959. Deberían estar guardadas en la caja fuerte pero no caben. Por eso la puerta de mi bodega es de seguridad.
Nueve de cada diez veces me critican un capítulo por excesivo. Feliz Domingo.

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