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Stendhal en Stockholm

Stendhal en Stockholm O padecer el secuestro de la belleza y justificarlo

En un arranque (o freno, según se mire) de prudencia he esperado unos días.

Me paré en seco con los recaudos propios de quien tiene un historial de ataques cardíacos y siente un pinchazo en medio del pecho. “Mierda de Síndrome de Stendhal”. Ya saben: tras un largo día admirando Florencia, Stendhal entró en la iglesia de la Santa Croce y sintió una extraña angustia acompañada de vértigos. Recurrió a un médico que le diagnosticó una sobredosis de belleza. Puse a trabajar la máquina pensante, que es lo recomendado en casos psicosomáticos agudos. Aquellas piernas. Aunque no habituales tampoco extraordinarias. O sí. Formas definidas unidas en transiciones sutiles, la malla de lycra que realza los volúmenes por su dibujo reticular, pero también por la diferencia de densidad, mayor y más oscura cuanto menor diámetro. Hay más. Tobillos delgados y tendón de Aquiles marcado. Ese prodigio natural de tejido que señala como una saeta la unión con el suelo. Remítanse los cultos de alma al héroe homérico. Remítanse los fetichistas a la continuación del tacón de aguja. ¿Dije tacón? Ya suponía que había más. No lleva tacones. De hecho no lleva zapatos: una suerte de viejas babuchas o pantuflas doradas. Dos reflexiones al respecto. Uno: la nula adecuación del calzado en tanto que exento de lujo. Y dos: mi crítica se desmorona ante la gracia de movimientos exhibida. De ahí una falta de entendimiento: de ahí el desmoronamiento del castillo de naipes de las ideas fijas. Ejemplo ad hoc: los tacones son necesarios para caminar con esa sofisticada gracia cuya contemplación desde hace tan sólo un par de generaciones a los occidentales nos produce ese cosquilleo en la entrepierna (gracias Manolo Blahnik)
Soy yo, pensé tras la mínima autoterapia de pasar el momento por el tamiz de la razón. Pero no. Los demás transeúntes también quedaban alterados ante el paso decidido de Lady Espectacular. A otros niveles, claro. De sensibilidades y grados de domesticación tenemos la trastienda llena. Así pues, no soy yo. Es ella. Saqué la cámara y corrí. Un arrebato. La alcancé en el paseo de Colón y le hice una instantánea. Todavía no le había visto de frente. Ni idea de su cara. Sospeché que aquello sólo podía ir a peor, así que me abracé a mi Síndrome de Estocolmo ¿Para qué estropearlo? ¿Para qué escapar de mi rapto?

Data/Intro: Barcelona, 15 de marzo de 2005, 12.30 horas. Unos diez grados y nublado. Desapacible. Caminaba a buen paso con rumbo a la calle Montcada. Ante la fachada de Santa María del Mar me adelantó una chica. Una minifalda de cierto vuelo que cubría apenas un tercio de sus muslos. Unas piernas que valoré como preciosas, cubiertas con unas medias de rejilla.

2 comentarios

Mar -

Gracias por iluminarme acerca del síndrome de Stendhal.... ahora comprendo que yo también he sentido eso sin conocer el nombre de esa saturación estética......... gracias

wdfe -

http://www.veteransfutbol.com/main_result.htm