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poética del maltrato

poética del maltrato Maria del Mar escribe en su interesante bitácora relaciones tangenciales con Memento, la película. No he podido resistirme a intervenir. Vayan.

Por lo demás: el comienzo de mi tercera novela de título provisional Las piedras grandes

PRIMERA PARTE: INFLEXIÓN

Aquel iba a ser el día de las interrupciones.

-Por favor, Jesús, tranquilízate.
Ahí estaba aguantándome la mirada.
Un mono baja enseguida los párpados o se lanza a tu cuello. Un perro sostiene bastante bien el contacto visual con su amo.
El perro sería el punto alfa de la escala.
El mono sería el punto omega de la misma escala.
Y cuando miro a los ojos de Olga no puedo evitar contar: 1, 2, 3,… Antes de responder.
-Estoy tranquilo.
-Sí, pero respira; respira profundamente –dice.
-Si empiezas otra vez con esa mierda, entonces sí que me voy a poner nervioso.
-¿Qué mierda? ¡Creí que te funcionaba!
-No te enteras. Ya tengo edad. No soy yo quien se sube por las paredes por no acabar un polvo.
-Vamos, Jesús, relájate. Piensa en un lugar feliz.
-Vale, el infierno sin ti ¿Contenta?
-Tienes el corazón lleno de rencor.
-Tengo los cojones al límite de capacidad. Pero me aguanto.
-Vamos, respira.
-¿Y tú?
-Yo ya respiro, mira.
Los ejercicios demostrativos de Olga, lejos de convencerme…
-Prueba a jadear –le digo.
-¿Qué?
-Prueba a jadear. Prueba a correrte.
-Ya me he corrido.
-Ya.
-¡Ya me he corrido, cabrón! ¡Cada vez me corro! ¡Entérate!
Y dándome la espalda, mientras comenzaba a vestirse
-Pedazo de cabrón
-Eh, ¡Olga!
-Qué
-Piensa en un lugar feliz.

Con un gesto severo corté los reproches. Pocas cosas tan importantes como acudir a la llamada de mi teléfono móvil.
-Diga.

-Pero…


Colgué. Estaba furioso, con ganas de destrozar algo. Me sirvió un simple “ahí te quedas, nena” y salir corriendo en busca de mi coche. ¿Dije mi coche? Lo siento, mi coche estaba reparándose y aquel Smart era el vehículo de cortesía que me había proporcionado el taller. Olga era algo así como mi chochete de cortesía, dado que mi mujer, por así decirlo también estaba en el planchista.

Esto sucedía cuando lo que iba a ser este libro estaba prácticamente acabado. Su título iba a ser Adam X confidencial. Sin embargo la llamada de teléfono que interrumpió mi bronca con Olga anunciaba la inesperada muerte de mi mentor. Toda la información que posteriormente logré sacar a la luz me obligó a reescribirlo en su totalidad.

Un coito
Una discusión en el punto de humillar a mi oponente
Mi último libro
La vida de Adam
Así, por orden creciente en importancia y en una escala exponencial, todo se había truncado. En apenas cinco minutos. Que alguien escriba a Guinness World Records™.
Eran las once de la mañana y me conformaba con acabar el día lo antes posible y sin ningún incidente más. Llegué al dulce hogar, cerré la puerta con llave y desconecté los teléfonos. Otra vez la casa en penumbras. Bárbara, mi mujer, es fotofóbica. Su único complemento imprescindible son unas gafas de sol. De hecho debe tener una veintena repartida por todos los espacios que habita además de las que lleva consigo como un apéndice de su cuerpo. Mantener los ojos continuamente ocultos le confiere cierto misterio añadido, pero tras años de convivencia uno llega a convencerse de que debería haberse planteado seriamente la posibilidad de recluirse en los sótanos de un monasterio. Optó por el “plan B”: persianas a media altura, bombillas con un máximo de cuarenta vatios e incluso…configuración especial de la televisión. Para ella estas medidas forman parte de la “opción moderada”. Nada que objetar si viviera sola, pero a veces creo que tenemos un tono de piel demasiado lechoso considerando que estamos convirtiéndonos en murciélagos. Volví al tema del día. No conocía a nadie que se mereciese un pésame y yo mismo es lo último que hubiera necesitado caso que hubiese alguien interesado en compartir conmigo su dolor. Cuando el mundo te lanza una ofensiva semejante tan sólo puedes agazaparte en un retiro seguro y permanecer en posición fetal. A uno le gustaría aislarse por completo del mundo y dejar pasar el tiempo, sobrevivir a la tormenta viajando mentalmente hacia… mi-er-da ¿Un lugar feliz? Ya habrán adivinado que no hubo manera.

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