Apariencia desnuda
Paz, Octavio, Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp, Madrid, 1994, Alianza.Un ensayo deslumbrante en su lucidez sobre la obra del considerado por muchos más grande e influyente artista del S.XX. (Bye, bye, Mr. Picasso) Octavio Paz analiza toda la trayectoria de Duchamp, nos abre los ojos ante obras tan crípticas para los profanos como "El gran vidrio" o "Etant donnés" y nos regala una magistral lección en torno a los ready-mades.
A continuación las páginas 31-34. En negrita las reflexiones más extraordinarias y como texto tachado lo más accesorio:
Los ready-mades son objetos anónimos que el gesto gratuito del artista, por el solo hecho de escogerlos, convierte en obra de arte. Al mismo tiempo, ese gesto disuelve la noción de objeto de arte. La contradicción es la esencia del acto; es el equivalente plástico del juego de palabras: éste destruye el significado, aquél la idea de valor. Los ready-mades no son anti-arte, como tantas creaciones modernas, sino a-rtísticos.La abundancia de comentarios sobre su significación algunos sin duda habrán hecho reir a Duchamp- revela que su interés no es plástico sino crítico o filosófico. Sería estúpido discutir acerca de su belleza o su fealdad, tanto porque están más allá de belleza y fealdad como porque no son obras sino signos de interrogación o de negación frente a las obras.
El ready-made no postula un valor nuevo: es un dardo contra lo que llamamos valioso.
Para Duchamp el buen gusto no es menos nocivo que el mal gusto. Todos sabemos que no hay diferencia esencial entre uno y otro el mal gusto de ayer es el buen gusto de hoy- pero, ¿qué es el gusto? Lo que llamamos bonito, hermoso, feo, estupendo o maravilloso sin que sepamos a ciencia cierta su razón de ser: la factura, la fabricación, la manera, el olor la marca de fábrica. Los primitivos no tienen gusto sino instinto y tradición, es decir: repiten casi instintivamente ciertos arquetipos. El gusto nace, probablemente, con las primeras ciudades, el Estado y la división de clases. En el Occidente moderno se inicia en el Renacimiento pero no tiene conciencia de sí mismo hasta el periodo barroco. En el siglo XVIII fue la nota de distinción de los cortesanos y más tarde, en el XIX, la marca de los advenedizos. Hoy, exinto el arte popular, tiende a propagarse entre las masas. Su nacimiento coincide con la desaparición del arte religioso y su crecimiento y supremacía se deben, más que nada, al mercado libre de objetos artísticos y a la revolución burguesa. (Un fenómeno semejante, aunque no idéntico, se advierte en ciertas épocas de la historia de China y Japón.) Sobre gustos no hay nada escrito, dice el proverbio español. En efecto, el gusto rehuye el examen y el juicio: es un asunto de catadores. Oscila entre el instinto y la moda, el estilo y la receta. Es una noción epidérmica del arte, en el sentido sensual y en el social: un cosquilleo y un signo de distinción. Por lo primero reduce el arte a la sensación; por lo segundo, introduce una jerarquía social fundada en una realidad tan misteriosa y arbitraria como la pureza de la sangre o el color de la piel.
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