más que suficiente
A las cinco y media de la tarde me despertó el timbre de la entrada. Eran Bárbara, mis hijos y los reproches. Los reproches: “Que cuantas veces tengo que decirte que no cierres la puerta con llave que después no podemos entrar. ¡Vaya! ¡Cómo tienes la casa! Ya veo: estás borracho. A mi no me engañas: te lo veo en los ojos”.
Le contesté que lo veía en mis ojos porque yo no llevaba gafas de sol.
-También lo veo en el güisqui que te has bebido -señaló la botella vacía y tumbada sobre el manuscrito esparcido sobre el parquet.
Me justifiqué con la magnífica jugada de distracción que me ofrecían los acontecimientos: -Ha muerto Adam.
-Cielos, eso es terrible ¿Cómo ha sido?
-Ha dejado de respirar, el corazón le ha dejado de latir y su cerebro no emite señales eléctricas –dije mientras subía las escaleras camino del lavabo.
-¿Tienes que ser tan cabrón?
Esto lo dijo gritando, con los brazos en jarras en actitud de desafío.
-Déjame. Con una que me grite al día tengo más que suficiente.
-¿Qué quieres decir? –exigió.
Mierda-mierda-mierda. Esos comentarios son los que deben quedarse en mero pensamiento.
-Déjalo. Me duele la cabeza. Oh, lo siento, olvidé que esa excusa te pertenece.
-Mira que llegas a ser cabrón. Si te duele, tómate una aspirina pero no la pagues conmigo.
-Te recuerdo que cuando te duele a ti yo me hago una paja y no pago mi frustración con nadie.
-Pero qué cabrón llegas a ser.
Así podíamos haber estado una hora. Afortunadamente los niños exigieron la merienda y yo pude finalmente encerrarme en el lavabo. En media hora, y tras la gincana para sortear a mis hijos conectados a la consola de videojuegos, salía de mi casa vestido con el traje de los funerales y un dolor de cabeza top ten.
2 comentarios
jesúsb -
lu -
me gusta cuando las dibujas sin zapatos ni calcetines.