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ellosnoexisten

ya volveremos sobre esto

ya volveremos sobre esto (decíamos) (…) antes de desenchufar el cerebro tuve un momento a solas, quien sabe si bajo el recuerdo del último Steffi Graf-Gabriela Sabatini. (/decíamos)
No es que estuviera falto de sexo, ni hablar. Mi chica me ofrecía todo el sexo que una sola mujer puede ofrecer a un hombre y éste aceptar. Es decir, sólo estaba impedida, por sí misma (y por definición) para darme “variedad”. Variedad de mujeres. Por lo demás yo trataba de hacer lo propio. Cuando uno está recién ennoviado, eso, dar todo lo que uno puede dar y el otro recibir, no debería ser algo excepcional. En nuestro caso no lo era. Mi paja Wimbledon era paja terapéutica, antiestrés y somnífera, una licencia que no me restaba más fuelle que el sobrante. Con veinticinco años… Bueno… ¡Uds. saben qué es tener una polla de veinticinco años!
Vivía feliz. Así vivía yo con Bárbara. Ella llegaba de trabajar de madrugada, se desnudaba y reptaba bajo las sábanas. Cada noche. A veces no se desnudaba del todo, y antes de encajarse me regañaba con un “sabes saladito, has sido un marranillo mientras yo no estaba…” Yo me reconocía feliz, no como ese tipo de personas que sólo es feliz a posteriori, gente que sólo puede trabajar para gozar en el futuro de un recuerdo gozoso. Yo disfrutaba el momento en el momento.
Ella, Bárbara, también se decía feliz. Apenas un año antes, lo que había escrito en su diario era esto:
“Casi me vuelvo loca. Durante tres años llevé un cuchillo en el bolso, a veces lo intercambiaba con un abrecartas que me compré en Toledo cuando tenía 14 años. Estaba dispuesta a matar a cualquiera que me tocase. Me volví fría. Miraba detrás de mí cada tres pasos, cambiaba mis itinerarios, restringí las salidas nocturnas.
Un día un chico se subió en mi misma parada de autobús en dirección al campus. Pensé que me seguía. Calculé todo lo que tenía que hacer...”
Les aseguro que YO no la seguía. Ya volveremos sobre esto.
La cuestión es que aquella noche dormí sin interrupción. A las seis de la mañana me desperté, con ganas de ir al lavabo o harto mi cuerpo de una espera anormal. En el comedor la conversación animada de Adam, mi huésped, y Bárbara, mi chica, acabó con mi erección. El orden natural de mi mundo se había roto. Bárbara debía estar durmiendo a mi lado tras una escueta sesión de pubis-contra-pubis y Adam debía joderle a vida al personal de guardia del hotel cinco estrellas. Y allí estaban dándose conversación mientras yo aguantaba mi hombría venida a menos.

2 comentarios

jesús -

ese comentario, Mar, es muy poco arriesgado

Mar -

La chica de negro oculta algo